Michael
Oloo trabaja en la cocina de un restaurante español. Bajito y silencioso es cocinero
y filósofo a partes iguales. Con media sonrisa, ojos rasgados y profundos lee dentro
de cada persona y posee ese encanto difícil de imitar.
Es
el mayor entre sus compañeros por eso le respetan aunque les haga reír con sus
ocurrencias y fallos entre los fogones. Sus manos ágiles y concienzudas limpian
unos calamares mientras su cabeza permanece lejos del agobio de platos que
chocan, zuecos que resbalan o aceites que se queman durante el servicio. Michael
no pierde la calma. Además, con cincuenta y cinco años no tiene miedo de
aprender, ni de que su maestro sea casi tres décadas más joven que él.
Padre
de familia, habla orgulloso de cómo uno de sus hijos ha llegado a la
universidad. Su casa, en el slam de Kibera, es un bajo con un par de habitaciones
húmedas, oscuras y desangeladas que se llenan de luz y calor humano con
cualquier reunión donde no faltan samosas, risas, zumo y el llanto de algún
bebé. Es el clan de Oloo.
Trabajador
y bromista improvisa una técnica karateka o se pone serio y asegura con fe que
Dios provee siempre. Sereno, convicente y atractivo habla con una mirada que desvela
sin palabras porqué África, probablemente, está más cerca del cielo.
Dan ganas de probar algún plato suyo, pero más ganas aun de disfrutar un rato de su compañía! :)
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