Julius
tiene treinta y pocos y un gran sentido del humor. Bajito, rapado y camba
trabaja fregando platos y cubiertos en una cocina. Ataviado con su uniforme habitual:
una camiseta vieja del Milán y unos pantalones negros que aprieta con un
cinturón a modo de saco, se mueve ágil mientras seca la vajilla o repasa el
suelo.
Casado
hace siete años y padre de un hijo, cuenta que ahora va a lanzarse a por la
niña. "Aunque en mi familia sólo tenemos chicos". Algo borrachín en
ocasiones bebe más de la cuenta y su mujer se enfada y le grita "cosas que
no me gustan". Pero Julius, siempre pacifista, evita cualquier problema. "Y
si ella se crece, yo me hago más pequeño y me duermo".
A
pesar de todo, nunca llega tarde ni aparece cansado o malhumorado. Al
contrario, Julius canta a pleno pulmón o cuenta chistes que amenizan el rato de
todos los que trabajan con él. Habla al jefe con respeto y tímido, frotándose
las manos de tal modo que resulta imposible no sonreírle o darle una palmada.
Cuentista,
cómico y exigente, Julius se divierte entre vasos sucios y cacerolas con ugali
pegado. Entre largas horas de pie y camareros que le miran con desprecio. Pero
poco le importa. Sonríe a la vida y sabe que así, ésta le sonríe de vuelta.
Las fotos no son las mejores pero prefiero que las personas de las que escribo aparezcan en sitios "reales" más que en paisajes increíbles (aunque a veces las dos cosas coinciden!) ;))
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