La
calle en la que vivimos no es una gran avenida ni un espacioso paseo. No tiene
aceras ni semáforos. No forma parte de ningún casco histórico y en ella no hay
hombres y mujeres de negocios, tiendas que abran sus escaparates temprano,
bares que sirvan churros a primera hora o ruidos de coches que anuncien que ya
es lunes.
Nuestra calle es una carretera de doble sentido llena de baches, gravilla y agujeros.
Arbustos de buganvillas cuelgan de las paredes de algunas urbanizaciones
mientras un jardinero con botas de plástico anda pensando en sus cosas. A mitad
de camino unos grandes árboles forman una bóveda por la que cruzan coches,
niños que vuelven de la escuela, una señora haciendo footing o un keniano
paseando a dos san bernardos.
Grandes
arbustos, jardines y tierra pintan nuestra calle de verde, fucsia y naranja. Algunos
días el afilador espera en una esquina a que señoras con pañuelos de colores
anudados a la cintura lleven sus tijeras y cuchillos.
En Grevilea Grove,
los troncos sirven de poste para anunciar una casa que se vende o un brujo que
resuelve problemas de amor. Casi al final una mama con cuatro dientes despliega
un pequeño tenderete sobre un cartón apoyado en el suelo donde ofrece
cacahuetes, caramelos, mangos y plátanos.
La
calle en la que vivimos te invita a pasear las mañanas soleadas de domingo y
mancharte
los zapatos. A saludar con un jambo a un guarda que perezoso se tumba en el césped
de la casa que cuida. A recordar en qué momento las avenidas, paseos, aceras y
semáforos dejaron de ser necesarias.
Escribes fenomenal....me imagino paseando por ahi... Que fotazas!
ResponderEliminarEl afiladooooooorrrrr!